Hace poco tuvimos la ocasión de
participar en el XV Congreso Internacional de Grupo, Psicoterapia y
Psicoanálisis de SEGPA (Sociedad Española para el Desarrollo del Grupo, la
Psicoterapia y el Psicoanálisis) en donde trabajamos aspectos relacionados con la banalidad del mal. Este tema, amplio
y con diversos matices y aristas, abrió una buena oportunidad para reflexionar
sobre temas como el bien y el mal, la violencia, la agresividad, y aspectos de
nuestro comportamiento como sociedad en relación con dichos tópicos.
A partir de esto, nos gustaría ampliar algunas
de las reflexiones allí expuestas. A lo largo de las diversas ponencias y
debates, surgen preguntas tales como la manera en la que se canaliza el mal,
así como el papel que jugamos como sociedad en este sentido. Es precisamente el
"mal incorporado en lo
cotidiano" el que más nos afecta, aún sin notarlo.
El
mundo está cambiando y con él la manera en que afrontamos y categorizamos los problemas.
La sociedad actual tiende hacia el enmascaramiento de "lo negativo",
negando un polo indisociable de la vida, de aquello que nos hace ser humanos. Un
ejemplo de ello, puede ser la forma en la que escogemos expresar "lo
negativo", disfrazándolo: "No hay bajadas de sueldos sino ajustes, no
estamos en crisis sino en etapa de transición...".
¿A qué
refiere este mal cotidiano? No es
fácil imaginarse el mal desde la dimensión de la banalidad. Podemos entenderlo como
la crueldad de lo ínfimo, como la insignificancia inicial que se multiplica y
da lugar a daños mayores, como la convivencia frívola con crueldades cotidianas
que anestesian. Esto no significa necesariamente "maldad", ya que este
es un término atribuido al ser humano que indica ausencia de moral o afecto por
el entorno. Quien puede ejercer el mal cotidiano son personas "normales y
corrientes" con una -mejor o peor- conciencia de la moral y la ética, de
lo que es el "bien" y el "mal".
Como
apuntaba N. Caparrós, la banalidad del
mal requiere de un atento análisis para detectarla. Un análisis que sortee los
acostumbrados equívocos y veladuras tras las que intenta pasar silenciosa y
desapercibida. Es decir, este "mal cotidiano" es difícil de
detectar dado que jugamos en él un triple papel de actor, receptor y espectador. Muchas
veces ese mal banal se traduce en el
lugar en el que el otro desaparece y
no se detecta como semejante, para así no ver la parte inquietante de la
realidad y las consecuencias que genera en el otro.
En
esta línea, I. Sanfeliu hace un pequeño apunte sociológico con respecto al
tema: Quizá no es tanto que los
escenarios bélicos se multipliquen, como el hecho de tener incesantemente
noticias actualizadas desde paisajes dispersos por el globo, lo que transmite
la sensación de vivir un mundo cada vez más encolerizado. Por otra parte sí es
cierto que uno de los efectos de la globalización, es incrementar la diferencia
en la distribución de riqueza y que este hecho pone en marcha procesos nutridos
por el resentimiento y la desesperación.
Un
tema actual que podemos citar como ejemplo de la banalidad del mal es el del
fraude de “las preferentes" en
España, donde la "obediencia ciega" al sistema, cuando las
consecuencias éticas no fueron puestas en juicio, causó un mal a otros que sólo
se tuvo en cuenta cuando se hizo masivo, público y evidente. N. Caparrós
refleja esta idea en cuanto a la obediencia ciega al sistema de la siguiente
forma: El mero funcionalismo que
convierte al mal en una cuestión subordinada carente de importancia al servicio
de la tarea, da primacía a la eficacia, ignorando la ética. Algunos seres
actúan dentro de las reglas del sistema al que pertenecen; son funcionales al
mismo, sin pararse a considerar la transcendencia de sus actos, dado que de
alguna manera están relevados de hacerlo.
A este respecto, Zygmunt Bauman reflexiona acerca de lo que llama "ceguera
moral" que, en su opinión, se está convirtiendo en una característica de
nuestro tiempo. Este concepto denuncia la falta de sensibilidad ante el
sufrimiento humano y el deterioro moral progresivo que se experimenta en la
actualidad. Así, las obligaciones morales se flexibilizan, lo que genera una
espiral que da permiso a hechos y a autores para causar daños a otros -sin
consecuencias alineadas con tales hechos-.
Bauman coincide con Hannah Arendt, quien
acuñó inicialmente el término de banalidad
del mal, al considerar que cualquiera puede convertirse en verdugo para
otra persona al negarle su subjetividad y dignidad. Éste es el aspecto en el
que nos gustaría hacer énfasis. Como apuntaba G. Bibeau el bien está acompañado de la negrura del mal, como
tantos pares antitéticos que se convocan para existir: vida-muerte,
salud-enfermedad, luz-sombra, un mundo en donde difícilmente se puede
excluir un polo sin sacrificar la realidad.
Pensar
que la eliminación de lo negativo está a nuestro alcance o que es un hecho
asépticamente alienable, es una errónea aspiración a la reconciliación
universal. Es más, nos lleva a una velada deshumanización. Esta oposición hacia
el mal, como algo que puede ser "amputado", o algo ajeno a nosotros
mismos, impide sacar la faceta del mal
inscrita en el bien y confunde el
pensamiento. La humanidad está compuesta de ambos polos, hay que pensar en las
dos caras, en sus grises intermedios. Incluso, la bondad absoluta es impensable
en el humano, hasta el gesto más generoso puede tener su sombra de vanidad.
La
falsa creencia del mal como algo a
amputar limpiamente, podría estar
asistiendo a una peligrosa interiorización de lo negativo, a borrar el rostro
oscuro del hombre, que es, por naturaleza, parte a revisar de sí mismo. Esto es
un error en la medida en la que negamos una parte importante de lo que nos hace
humanos. De esta forma, todos los aspectos negativos que intentamos borrar de
nosotros mismos, al no encontrar un adecuado espacio para mostrarse, se
interiorizan y es muy probable que irrumpan en violencia no controlada, que no
se sabe gestionar, que se desconoce que se tiene, que asusta y que se muestra
sin filtros ni contención alguna. Esta forma tóxica de canalización de esta
parte negativa que habita en cada uno de nosotros puede convertirse en un
hábito cotidiano de forma que hagamos un uso banal del mal.
La
alternativa a la violencia no es la no-violencia, la historia nos da un amplio
ejemplo de ello a través de las innumerables guerras que se emprenden en nombre
de la paz. En lugar de la mera negación del mal,
ha de incorporarse el debido reconocimiento de dichas facetas que se tienden a
negar de manera sistemática. Ya que de lo contrario, en lugar de reducir la
violencia, ésta retorna en la cotidianidad de forma más o menos encubierta.
Si
podemos reconocer que el mundo complejo en el que vivimos contiene horror,
injusticia, bondad, amor, pulsiones destructivas a la vez que creadoras de
vínculos, entonces puede que lo peor no llegue necesariamente y podamos
difuminar con mayor claridad las fronteras entre el bien y el mal. Puede que
nos sea posible despertar a ese sujeto
entumecido que reside en cada uno de nosotros, ese que
libra con el mal cotidiano.
Fuentes:
- Gilles Bibeau - XV Congreso
Internacional Grupo Psicoterapia y Psicoanálisis - Granada Octubre 2016
- La Banalidad del Mal - Isabel Sanfeliu
- Septiembre 2016 - Segpa
- Ceguera moral. La pérdida de
sensibilidad en la modernidad liquida. - Bauman, Z. y Donskis, L. (2015)
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